Entrevista a Rafael Poch

Henrique Mariño

El corresponsal de La Vanguardia en Berlín analiza en La quinta Alemania cómo Merkel ha dinamitado el sistema socio-laboral aprovechando el shock de la crisis.

Vivió durante dos décadas en Moscú y Pekín, donde ejerció como corresponsal del diario La Vanguardia, antes de instalarse en Berlín. Allí ha sido testigo de cómo la canciller, Angela Merkel, está exportando a la Europa mediterránea el “experimento alemán”, iniciado por Helmut Kohl en la RDA y, tras la reunificación, extendido por Gerhard Schröder a lo que había sido la Alemania Occidental.

Básicamente, ha consistido en dinamitar el sistema socio-laboral, aprovechando el shock que ha supuesto la crisis para la ciudadanía, y en imponer el pacto fiscal y el tope de deuda. Rafael Poch (Barcelona, 1956) explica la forja de este modelo en su último libro, La quinta Alemania (Icaria), escrito a tres manos junto a Ángel Ferrero y Carmela Negrete.

Merkel es la diana de las críticas de los países del sur por someterlos a la austeridad, pero usted sostiene que las primeras víctimas han sido los propios ciudadanos alemanes.

Ha sido un movimiento en tres tiempos, que parte de la reunificación. En primer lugar, Alemania llegó tarde al proceso que se conoce como Gran Divergencia o Gran Desigualdad. Es decir, a lo que en el mundo anglosajón comenzó a finales de los setenta, con Carter y Reagan en Estados Unidos y con Thatcher en Reino Unido, y que más tarde se exportó de una u otra forma al resto de Europa. En esa operación, Alemania se retrasó porque estaba en primera línea de la Guerra Fría y tenía enfrente una Alemania alternativa, la RDA, con la que mantenía una competición en lo social. La RFA debía serlo tanto como su enemigo histórico, lo que condicionó al establishment y determinó la economía social de mercado. En 1990, eso se disuelve, por lo que el poder se siente con las manos libres y decide ponerse a tono rápidamente con el resto del mundo. El problema es que esto lo empieza a aplicar en el Este, donde se produce un desmonte industrial sin precedentes y se aplican nuevas relaciones laborales. Y, al mismo tiempo, se gasta una ingente cantidad de dinero, unos dos billones de euros, en la absorción de la RDA. Un fardo que lastra la economía y la política alemana.

Diez años después, en 2000, entramos en el segundo momento de esta operación. Por un lado, la Estrategia de Lisboa de la UE, que es una agenda neoliberal para Europa. Por otro, tres años después, la Agenda 2010 del canciller socialdemócrata Schröder, que extiende al conjunto de Alemania las relaciones laborales que se habían introducido ya en el Este, basadas en la precariedad.

Esto nos lleva a la eurocrisis actual y, con Merkel, llegamos al tercer episodio, cuando Alemania exporta al resto de Europa esa agenda como modelo, en el contexto de la crisis.

Y, en el camino, los alemanes también han salido perdiendo.

Los asalariados sufren mucho en este proceso y salen ganando los ricos y las grandes empresas. Al mismo tiempo, con esta agenda se consigue una competitividad (que no ha sido lograda a base de productividad e innovación sino de recortar costes salariales, lo que se llama dumping salarial) que deja fuera de juego al resto de las economías de Europa. Después de Maastricht, ya no estamos en un marco de economías nacionales sino en un mercado común con una moneda única. Por tanto, tú ya no puedes practicar una política económica nacional (por ejemplo, el citado dumping salarial) sin perjudicar a tus socios.

¿Han terminado pagando España, Grecia y Portugal el alto coste de la reunificación alemana?

Indirectamente, sí. El enorme gasto de la reunificación fue uno de los grandes elementos que determinaron que Alemania practicara una política económica y monetaria muy agresiva.

¿Es tal el “milagro del empleo alemán” o responde a la proliferación de trabajos precarios, mal pagados y a tiempo parcial? ¿Cuajará la fórmula en España?

En Alemania no ha habido ningún milagro del empleo, aunque el Gobierno lo airea así. Medido en horas, se trabaja lo mismo que en 1990. No hay más trabajo sino que se ha repartido entre más gente. Al precarizarse, con esos sueldos tan exiguos esos ciudadanos no llegan a fin de mes y viven en parte de los salarios y, muchos de ellos, de las ayudas sociales. Es un estadio posiblemente mejor que el paro, pero no es un modelo.

¿Se puede trasladar éste a España? Bueno, es como comparar peras con manzanas. Alemania es una economía industrial y exportadora muy potente que ha podido plantear una estrategia de este tipo, errónea o no. En España se está recortando en nombre de pagar las deudas de los bancos, no hay ninguna estrategia detrás.

Respecto al futuro de los minijobs en España (entendidos como explotación, bajo salario y feudalismo laboral), ya los teníamos antes de todo esto. Le están poniendo nombre a una relación laboral que en España es tradicional.

Si Alemania aprieta, las exportaciones al resto de países de la UE se ahogan. ¿Cómo ha previsto su Gobierno vadear este problema?

Lo que ha dejado de vender en el sur de Europa lo ha compensado con creces en los BRICS, en Estados Unidos y en Europa del Este. Si la coyuntura global no se enfría, puede funcionar, pero como ocurra las exportaciones pueden hundirse con facilidad. En China ya hay síntomas de ello y en el resto del mundo la situación es incierta.

Paralelamente, la pérdida del poder adquisitivo en la propia Alemania frena las importaciones desde los países del sur.

No todo el trabajo está precarizado. El sector exportador alemán, las joyas de la corona, siguen teniendo unas relaciones laborales decentes. Lo que pasa es que se ha creado un segundo mercado laboral enorme, sobre todo en el sector servicios. Ahí es donde realmente la gente está muy mal pagada y, por lo tanto, son malos consumidores. Por eso el consumo interno alemán es raquítico y no tiene ningún efecto de arrastre sobre el resto de Europa, siendo el país más poblado de la zona euro. La precarización laboral tiene consecuencias en la configuración general de la economía: bajo consumo, compra de productos baratos y, por extensión, fabricación de artículos con poco valor añadido. Esto está empezando, pero tiene un gran futuro a medio y largo plazo.

¿Cree que los mensajes apocalípticos de los gobernantes alemanes o españoles respecto a la insostenibilidad de los servicios sociales responden a una campaña propagandística?

Totalmente. La financiación de los servicios sociales bebe de diversas fuentes: la situación demográfica, la productividad, el sistema fiscal… La ideología neoliberal pretende anularlos, sólo se fija en la demografía menguante y, a partir de ahí, saca conclusiones definitivas. En este contexto, hay que recordar que el estado social europeo nació y se desarrolló en una época histórica en la que la pirámide social europea conoció el mayor envejecimiento de la historia.

¿Podría la canciller llevar a cabo lo que ha venido a llamarse como “austericidio” sin el shock de la crisis?

Las situaciones de gran desconcierto social son idóneas para imponer agendas impopulares. A una sociedad paralizada, que no sabe y asustada es muy fácil venderle ese discurso: “Recortamos porque hay consideraciones de fuerza mayor y no queda otra alternativa”.

El crédito alemán alimentó la burbuja del ladrillo. ¿En qué medida es Berlín responsable, dado que conocía en qué se iba a invertir el dinero que prestaba, de la crisis económica en España?

El problema es convertir una situación sistémica (o sea, un sistema ladrón y totalmente pasado de rosca como era y sigue siendo el sistema financiero internacional) en una cuestión de peleas entre naciones: las que hacen bien las cosas y las que las hacen mal. Este discurso nacionalista o nacional-populista es la alternativa a reconocer la realidad. Hay que afrontar que tenemos un sistema financiero internacional absolutamente insostenible e injusto.

Los españoles creamos la burbuja, que era lo que Franco nos enseñó a hacer y hemos seguido haciendo desde el posfranquismo hasta hoy, y los alemanes financiaron eso, sin preguntar para qué era el dinero. Simplemente pensaban en meter sus enormes excedentes comerciales allí donde les daban un punto porcentual de interés más. Así, entre 2005 y 2008, bancos alemanes y franceses colocaron en España 320.000 millones de euros, gran parte de ellos en el sector inmobiliario. Por eso, la responsabilidad, no ya del inmobiliario sino de esta crisis sistémica, es general. Diría incluso que han tenido más culpa los sectores financieros situados en el centro que los de la periferia. Desde ese punto de vista, Estados Unidos, Alemania y Reino Unido son más responsables que Grecia, Italia o España, por más que no haya palabras para describir nuestra economía política, el ladrillo.

Alemania primero presta dinero para comenzar la casa por el tejado, sin cimientos, lo que conduce a un estadio de euforia y falsa riqueza en España. Luego, cuando se derrumba el castillo, compra deuda. A los intereses iniciales (superiores a los que obtendría en su propio país) se suman ahora los que le reportan los bonos. ¿Ha sido así de maquiavélico?

Ante la situación de penuria que había en España, los bancos han preferido retirar a puertos seguros el poco capital español que había, en lugar de destinarlo a dar créditos. Y el puerto más seguro es el del bono alemán, con lo cual hemos tenido no sólo una ruina por la situación que se creó en España sino también una ruina agravada por la emigración hacia el norte del capital que teníamos.

Le decía que hace años se embolsaron los intereses del crédito que alimentó la burbuja y luego, cuando se fastidió todo, han comprado deuda española por los altos porcentuales que le reportaba.

No podemos hablar en pasado, porque esto es un presente. Los bancos alemanes y franceses siguen empantanados en el sur de Europa. Siguen teniendo mucho dinero en riesgo aquí y por eso insisten en que todo se focalice al pago de esta deuda bancaria a costa del sacrificio de las clases medias y bajas de los países concernidos.

Más allá de la deuda, ¿tiene Berlín la suficiente envergadura política y económica para imponer su hegemonía en la Unión?

No. Es la gran conclusión: Alemania, siendo más poderosa que sus vecinos, no lo es tanto como para ser el nuevo hegemón de Europa, porque le falta potencia para eso. Si no hay una corrección significativa, todo se derrumbará encima de Alemania en forma de una disolución de la Unión Europea. Es una perspectiva desintegradora.

A la chita callando y pese al antimilitarismo de la sociedad, los gobernantes alemanes han devuelto a su país a la senda del imperialismo, que en última instancia busca el control de los recursos energéticos y las materias primas de otras naciones.

Alemania era una sociedad alérgica al imperialismo, tras haber sido protagonista de la ola imperialista más criminal de la historia, pero a partir de los noventa eso ha cambiado, lo cual es una pésima noticia. Sigue por detrás de Francia y Reino Unido, pero progresivamente se está implicando más: mantiene tropas en diversos lugares, es el tercer contingente en Afganistán y cada vez habla con más desparpajo y menos vergüenza de la necesidad de controlar los recursos globales… Es decir, está aceptando el discurso estándar noratlántico en la materia.

Usted considera que los movimientos de protesta que han surgido en España son “exhibicionistas” (sobre todo en internet), pero no “transformadores”. ¿Qué elementos cree que necesitan para cambiar el estado de las cosas?

Dicho de una forma simple, si en 2009 hubiésemos tenido tres o cuatro Grecias en Europa (es decir, países que hacen diecisiete huelgas generales en dos años y donde surgen nuevas fuerzas políticas de izquierda que amenazan con llegar al poder), esto no habría tenido lugar, sencillamente se cortaría ahí. Hemos tenido a Grecia, sí, con un nivel de contestación muy fuerte, pero eso no ha pasado en Italia, España o Portugal. Es un hecho. Otra cosa es entrar a calificar al 15-M. Me voy a guardar muy mucho de ningunear a estos movimientos. Es lo que tenemos, son importantísimos y hay que cuidarlos, pero hoy por hoy son demasiado poco. Se necesita más.

Con “esto no habría tenido lugar”, se refiere a los recortes, ¿no?

Claro. Si Bruselas hubiese visto el peligro de la existencia de tres o cuatro Syrizas en esos países, le entraría miedo y se vería obligada a moderarse. Esto es un juego de fuerzas. Tú metes metes el dedo en el ojo de la clase media y baja: si reacciona gritando, no pasa nada; si da un puñetazo en la mesa, es más alarmante; si te lo dan en las narices, ya estamos en otro estadio. Y no se ha aplicado la fuerza necesaria… En Grecia sí que se hizo, pero un solo país ha resultado insuficiente para parar todo lo que se nos ha venido encima, ¿no crees?

 

Publicat a Publico.es (12 de juny de 2013)

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