Una entrevista de Belen Remacha, eldiario.es, 30 de juny 2019
Hay quien la ha llamado ‘la señora de la memoria’. Aleida Assmann (Alemania, 1947) es filóloga, antropóloga, egiptóloga y profesora en la Universidad de Konstanz. Por sus investigaciones, forma parte del star system del colectivo de la memoria, si es que así se puede llamar a los más de 1.600 expertos que esta semana se ha reunido en Madrid alrededor de ese concepto. Fue ella la encargada de abrir las jornadas organizadas por la Asociación de Estudios de la Memoria (MSA) que se han celebrado en la Universidad Complutense de Madrid estos días.
También habla de las “políticas de silencio”: ¿qué son y cuándo se han llevado a cabo?
El olvido no se opone a la memoria, sino que es una parte importante de la memoria. Lo que recordamos es selectivo, si ponemos el foco en algo no podemos ponerlo a la misma vez en otra cosa, al menos no de forma natural. Y lo que un día dejamos fuera del foco, puede volver luego. Eso, y la manera en la que interaccionamos con nuestros recuerdos, es lo que nos diferencia de las máquinas: los seres humanos recuerdan, ellas almacenan.
En Alemania ocurrió algo parecido a un pacto de silencio en el 45. No fue un acuerdo oficial sino informal, de la sociedad, mediante el cual estaba prohibido referirse al pasado. Con ello se quería evitar, por un lado, apuntar a los verdugos; por otro, rompernos. Todo el mundo quería convertirse en demócrata e intentaban no mirar al pasado, sino acoger con entusiasmo el futuro y crear cosas nuevas, como la Unión Europea. Pensaban que eso haría que el pasado desapareciera. Pero eso no ocurre: el pasado siempre vuelve. Y un pacto así no puede durar para siempre. En Alemania el pasado volvió principalmente en forma de memorias de víctimas de la guerra, sobre todo, de los judíos. La de los 90 fue para nosotros la década de los testigos, como si tras mucha presión estallase una olla y saliese a la luz todo. Romper el silencio fue entonces una tarea de la tercera generación.
En España habitualmente se pone el ejemplo de Alemania para hablar de memoria histórica. Por ejemplo, cuando se habla de la Fundación Francisco Franco…
¿Hay una fundación se llama así, Francisco Franco? (ríe) ¿Te imaginas que existiera una ‘Fundación Hitler’ en Alemania?
Era justo lo que iba a preguntarle…
En Alemania no sería posible una fundación así, no. Ni siquiera los partidos más a la derecha, o de extrema derecha, se refieren abiertamente a Hitler como un modelo. Se tiene cuidado con ese tipo de referencias. Por supuesto que existen hooligans que emplean simbología nazi, terroristas de extrema derecha que reivindican esa figura y a los que la policía ahora se empieza a tomar en serio. Pero por ejemplo en un partido político sería impensable, sería un suicidio para ellos mismos. La imagen de Hitler genera cierto interés, pero también muchos tabúes todavía. Esa simbología está prohibida por la Constitución.
Es cierto que entre Franco, Mussolini y Hitler hay una diferencia. Los tres tienen en común su pertenencia a la extrema derecha, o esa masculinidad de no respetar al más débil. Pero Hitler está ligado al Holocausto, al exterminio de los judíos. Es otro nivel del mal. La figura de Hitler es lo que unifica a toda Europa, es la referencia que tenemos para definirnos a nosotros mismos. Pero esa concepción tampoco fue inmediata, sino que fueron los diferentes acuerdos los que la elevaron así: también es memoria colectiva.
¿Y eso no puede cambiar, precisamente por eso que dice de que el pasado puede volver?
No creo que en un futuro próximo. Hay 4 ó 5 generaciones en Alemania que ya han sido educadas en esta dirección. Se ve en cosas como que los jóvenes no están demasiado interesados en las guerras, el Ejército ha tenido problemas para encontrar soldados. También se ha generado una cultura de viajar. No creo que, con todas esas bases, la sociedad vaya a dar un giro a la extrema derecha.
La Transición en Alemania fue muy diferente a la española, para empezar por los Juicios de Nuremberg. No se dio de manera continuada como en España, con una guerra seguida de una dictadura y muerte del dictador. La democracia fue impuesta desde fuera, por los aliados, tanto tras la Gran Guerra, en 1919, como en 1949. Fueron las dos veces que los alemanes fueron “vencidos”, aunque a mí me gusta más decir que fueron liberados de sí mismos. Yo espero que Alemania pase satisfactoriamente esta tercera prueba también, que es resistir a la presión de la extrema derecha en Europa.
En España hay un debate ahora mismo sobre el Valle de los Caídos y la tumba de Franco. Hay quien habla de resignificarlo pero, también, hay quien ha llegado a proponer demolerlo. Desde la teoría de la ‘memoria cultural’, ¿cuál sería la solución?
Me da mucha pena, tenía el proyecto de acudir durante esta visita a España y aprender más sobre ese lugar, pero no he podid o. Hay un argumento sobre esto que me parece brillante: hay que sacar a Franco del Valle de los Caídos por la sencilla razón de que no es ningún caído, sino que murió en la cama.
Hay que dar una clara señal de esa continuidad de la que hablaba. Es necesario romper la historia de la Guerra Civil y la dictadura, y si se queda como está, no ha terminado en las mentes de las personas. Es importante que termine y que lo haga de una manera visible, y eso solo se puede hacer mediante un diálogo en el que se acerquen unos y otros, izquierdas y derechas. Que cada una recuerde sus propias memorias, y se reconozcan mutuamente. Y por supuesto en ese sentido, hay que dar voz a las víctimas, una voz que no sea despectiva. Escucharse, devolver la dignidad. Son los dos pasos mediante los que se podría resignificar el Valle: primero sacando a Franco, luego dándole otro marco.