¿Quiénes son hoy los intelectuales? Una definición operativa podría ser esta: todos aquellos que participan en el debate público aportando ideas y argumentos, y que no son ni políticos ni periodistas. Por una deformación muy carpetovetónica, en nuestro país el intelectual por excelencia es el escritor y el ensayista. Los escritores son omnipresentes en la prensa y las revistas, pero ocupan ese espacio no sólo para tratar cuestiones literarias, sino sobre todo para opinar sin recato sobre política y economía, muchas veces con un conocimiento superficial de la materia.
En el mundo anglosajón ocurre con menor frecuencia y, cuando sucede, se producen fuertes reacciones. Hace unos días, sin ir más lejos, el famoso crítico Terry Eagleton arremetió furiosamente contra dos reputados escritores, Paul Auster y J. M. Coetzee, que han publicado un epistolario en el que intercambian opiniones e impresiones sobre los asuntos más variados. La reseña de Eagleton comienza así: “Es una ilusión romántica suponer que los escritores tienen algo interesante que decir sobre el racismo, las armas nucleares o la crisis económica por el simple hecho de ser escritores”. El año pasado publiqué en el diario El País un artículo en la misma línea y algunos de los escritores a los que mencionaba, así como algunas otras almas sensibles, se irritaron sobremanera.
Los intelectuales no deben dejar de hablar de la situación gravísima que atraviesa el país. Lo malo es que lo hagan con tanta frivolidad. La mayor parte de ellos hace una lectura en clave nacional, como si la crisis fuera ante todo una crisis “española” que se explica por los males crónicos de la patria. Así, en la base de las dificultades económicas que padecemos se encontraría una crisis política más profunda. Quizá el autor que más lejos ha llegado en esta interpretación sea Antonio Muñoz Molina, quien en su libro Todo lo que era sólido atribuye la crisis a la erosión del principio de legalidad durante el periodo democrático, al auge de nacionalismos y particularismos y a la zafiedad de nuestros políticos, que en general le parecen unos horteras. Inmediatamente sale Fernando Savater al quite y, glosando las ideas de Muñoz Molina, pontifica en estos términos: “La crisis de nuestro país –económica, social, política– tiene varias causas fatalmente concomitantes, internas y externas, pero la fragmentación nacionalista de la soberanía y por tanto de la responsabilidad de defender al unísono derechos y obligaciones ocupa el centro de todas ellas” (véase el artículo aquí).
Yo me quedo pasmado con este tipo de afirmaciones. ¿Cómo sabe Savater que la causa “central” de la crisis es la “fragmentación de la soberanía”? ¿Qué análisis ha llevado a cabo para llegar a esta fantástica conclusión? Si por lo menos se refiriese a la “fragmentación de la soberanía” de la unión monetaria europea, que nos deja sin política monetaria propia y estrecha mucho el margen de maniobra fiscal de los gobiernos, la idea podría tener sentido, pero no, se está refiriendo al Estado autonómico. Lo más extraño es que quienes participan de este punto de vista no sean capaces de darse cuenta de que en otros muchos países, con condiciones internas distintas a las nuestras, la crisis golpea con parecida virulencia.
Todo esto produce un poco de vergüenza ajena. Refleja el bajo nivel cultural de nuestros intelectuales, que sabrán escribir muy bien, pero que en materia política y económica no hacen sino patinar. Siguen actuando como si estuvieran en un casino decimonónico, cuando hay gente joven mucho mejor preparada y con ideas más interesantes que no encuentran hueco para expresar sus ideas y propuestas porque todo el espacio está siempre ocupado por las opiniones de los mismos. Yo no sé si tiene sentido hablar de la “casta política”, pero me temo que la “casta intelectual” existe, y se mantiene gracias a un pacto de no agresión entre sus miembros, los cuales operan con total impunidad, sin que sus carreras se resientan por la baja calidad de sus intervenciones públicas.
En esta ocasión, los escritores no están solos. En la defensa de la tesis de las causas políticas de la crisis les acompañan juristas, economistas y politólogos varios. Si los escritores piensan que el origen de todos los males procede de factores culturales e ideológicos, los segundos creen que el problema reside en las reglas de juego. Si estamos en crisis es porque las reglas del sistema han favorecido la creación de unas “élites extractivas” que, en lugar de actuar persiguiendo el bien común, utilizan la política para sus intereses personales y corporativos. El principal defensor de esta idea es César Molinas, quien propone salir de la crisis cambiando el sistema electoral proporcional por uno mayoritario (ver aquí). Vuelve la sensación de sonrojo. Molinas ha hecho un refrito indigesto del ya célebre libro de Daron Acemoglu y James Robinson, Por qué fracasan los países En el libro original, el concepto de “élite extractiva” se utiliza sobre todo para explicar lo que sucede en regímenes autoritarios. Su aplicación a España sólo puede ser metafórica. De hecho, el domingo 2 de junio la revista dominical de El País publicaba una entrevista a uno de los autores, Robinson, y el entrevistador tuvo la ocurrencia de preguntarle por la tesis de Molinas. Robinson, por supuesto, se quedó desconcertado, insistiendo en que tal concepto no tiene sentido en el contexto de democracias desarrolladas como la española. Son legión los articulistas que han seguido la extemporánea interpretación de Molinas y hablan sin ton ni son de “élites extractivas”. Todo el debate tiene un aire chusco y provinciano.
Pero lo peor son las soluciones que se proponen. Molinas y quienes le siguen la corriente piensan seriamente que un sistema electoral mayoritario podría arreglar nuestros problemas. ¡Madre del Amor Hermoso! En un alarde de incoherencia supina, Molinas, en una entrevista, decía que lo que no le gustaba de nuestro sistema proporcional era que había “consagrado el bipartidismo”, para a continuación apoyar un sistema mayoritario que, si algo sabemos que genera, es todavía más bipartidismo.
Nada de esto tiene sentido. Como en el caso de los escritores, se trata de una explicación localista de la crisis, que pasa por alto su dimensión internacional y que se centra en factores que poco tienen que ver con lo que está sucediendo. Burbuja inmobiliaria ha habido en varios países, unos con sistemas mayoritarios (EEUU, Gran Bretaña), otros proporcionales con listas cerradas (España) y otros proporcionales con listas abiertas (Irlanda). A estas alturas, cualquiera que haya leído algo sobre la crisis sabe que el problema de fondo tiene que ver con la desregulación financiera, con el crédito fácil y el exceso de endeudamiento, así como con las complicaciones específicas que se derivan de las deficiencias en el diseño institucional del euro.
Que en España el debate sobre la crisis esté en manos de este tipo de escritores y economistas dice mucho sobre la frivolidad, osadía e impunidad que imperan en nuestra esfera pública. Si algo me ha convencido del libro de Muñoz Molina es esta frase: “Leyendo el New Yorker o el New York Times descubrí una escritura en la que la precisión expresiva era el equivalente del respeto estricto por los hechos, de la necesidad de comprobar al máximo la veracidad de cada cosa que se decía”. Podían empezar aplicándose el cuento él y demás frivolopensadores.
(eldiario.es, 11 juny 2013)