Joan Romero
(La Vanguardia /pàgines valencianes/ 6-3-22)
Putin ha cruzado una línea de no retorno en la historia. Una línea que tiene el propósito de impedir por la fuerza de las armas que el pueblo de Ucrania decida su propio camino. Como lo decidieron otros países que en su día también pertenecieron a la Unión Soviética. Pero es mucho más que eso. Es la forma elegida por un autócrata para desafiar a las democracias liberales, su real y mayor adversario. Porque los nuevos dictadores del siglo XXI saben que el futuro del mundo no puede ser Rusia o China o tantos otros que se miran en ese espejo. El futuro del mundo es Europa. Lo decía no hace mucho Peter Sloterdijck: “hasta la decadencia europea es aún lo más atractivo que hay en el mundo como forma de vida”.
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Es la primera vez en ocho décadas en que un Estado invade otro en Europa. No debemos olvidar este hecho tan trascendente. Y aunque es pronto para valorar en toda su dimensión sus múltiples implicaciones, marcará un antes y un después en nuestra historia. Este es un precedente que además de nuestra repulsa merece una respuesta contundente, firme y unida de la Unión Europea y de sus aliados. Para que a esta agresión no le puedan seguir otras. Para que los nuevos despotismos del siglo XXI, en acertada definición de John Keane, entiendan que hay líneas rojas que no se pueden traspasar.
Además de asistir a una invasión irracional y devastadora, asistimos también a una gran confrontación ideológica en el primer tablero de la geopolítica mundial. Entre democracias y autocracias. Entre las democracias liberales y los nuevos despotismos del siglo XXI. Un gran combate que desde hace un tiempo impulsan y teorizan, entre otros, China y Rusia, cuestionando la eficacia de nuestras democracias y pretendiendo situarlas en el archivo de la historia. Ambos países (y sus aliados) coinciden en un punto: pasar cuentas a Occidente por lo que consideran humillaciones causadas en el pasado. También comparten un objetivo: modificar el orden liberal nacido en 1945 y cuestionar nuestras democracias y nuestro modelo social. Esta es, a mi juicio, la gran cuestión de fondo que ahora se dirime. De nuevo el viejo dilema entre dos formas de ver el mundo: la visión de Kant y la de Hobbes.
Además de asistir a una invasión irracional y devastadora, asistimos también a una gran confrontación ideológica en el primer tablero de la geopolítica mundial. Entre democracias y autocracias
Pero sus intereses y tiempos son distintos. Rusia pretende recuperar el estatus de gran potencia y ser de nuevo interlocutor directo con EEUU. Putin aspira a reconstruir sueños imperiales y un espacio geopolítico que ya solo existen en su enfermiza imaginación. Y ha creído, equivocadamente, que su momento es ahora. China, en cambio, pretende sustituir a EEUU como potencia hegemónica global y su cita con la historia es el año 2049, fecha en la que se cumplen cien años de la revolución de Mao Zedong. Esta guerra “inoportuna” altera su hoja de ruta. De ahí, pese a su silencio cómplice, su incómoda abstención en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el que se debatía la condena a Rusia por la invasión de Ucrania.
En ocasiones la historia, que como la geografía siempre vuelven, se puede analizar a partir de una idea. La situación de Ucrania podría explicarse a partir de la idea de debilidad. Debilidad de Rusia a partir de 1991, debilidad, aparente, de Occidente en el momento actual. Eso explicaría desde 1991 hasta 2014 el avance innecesario de la OTAN hasta las fronteras de Rusia, aprovechando la debilidad y la irrelevancia geopolítica de ese país tras la implosión de la URSS, y el avance actual de Rusia en 2022 hasta las fronteras de la Unión Europea, creyendo que Occidente atraviesa por un momento de debilidad.
Tiempo habrá para analizar los errores cometidos por Occidente desde 1989 y la actitud entre ingenua e indolente de una Unión Europea que durante demasiado tiempo se ha sentido cómoda en una posición subalterna en el plano geopolítico. Ahora es el momento de que Occidente demuestre cohesión, unidad y determinación. Y haga entender, con hechos, que poder blando, que es nuestra forma de ver el mundo y de estar en él, no es sinónimo de debilidad. Si los adversarios aprecian más signos de debilidad o de división, Occidente puede entrar en problemas de todo tipo. No caben por tanto equidistancias ni inhibiciones. Estamos ante un punto de inflexión en nuestra historia reciente que trasciende con mucho a la propia invasión de Ucrania. Y lo digo como perteneciente a la primera generación de europeos occidentales que no ha conocido una guerra y que sigue pensando que lo mejor que podemos dejar como legado a nuestros hijos e hijas es nuestro modelo social y nuestros valores.
No caben por tanto equidistancias ni inhibiciones. Estamos ante un punto de inflexión en nuestra historia reciente que trasciende con mucho a la propia invasión de Ucrania
La guerra tendrá consecuencias. También para los países de la Unión Europea y todavía es pronto para evaluar la profundidad de sus efectos. El final de esta guerra absurda y cruel solo puede encontrar su solución recuperando las bases de los acuerdos de Minsk y tal vez asumiendo Ucrania el compromiso de neutralidad. Pero en todo caso las heridas de la guerra y la ocupación por el ejército ruso ya serán imborrables y perdurarán durante generaciones. Como perdura en la memoria colectiva de millones de ucranianos el horror del Holodomor causado por Stalin o la posterior invasión por las tropas de Hitler. Heridas, dolor, miedo, miseria y muerte que en toda guerra siempre pagan los mismos. Sin distinción de frontera.
Recuerden el conocido texto de Bertolt Brecht sobre las guerras
La guerra que vendrá
no es la primera.
Hubo otras guerras.
Al final de la última
hubo vencedores y vencidos.
Entre los vencidos,
el pueblo llano pasaba hambre.
Entre los vencedores
el pueblo llano la pasaba también.