(Valentí Puig, aquest home amb cara de pomes agres, és un conservador ‘tous azimuts’ manifestament advers al procés polític que es viu a Catalunya i a molts altres aspectes del catalanisme, en el terreny polític i cultural. Però, escriptor de raça, els seus arguments són sovint dignes d’atenció. No cal arribar a l’extrem d’un Isaiah Berlin, quan deia -potser exagerant- que llegia només els qui pensaven el contrari que ell per tal de desmuntar-los millor, per a entendre que val la pena llegir, de vegades, les admonicions de Puig. N. de la Red.)
Valentí Puig
El catalanismo mantuvo la añoranza de un espíritu épico que estaba en plena contraposición con las ideas de D’Ors y al mismo tiempo con la ideología popular del colesterol. Fue la reivindicación del talante heroico frente a la frivolidad intelectualista noucentista y el populismo xaró. A su vez, noucentisme y xaronisme también vivían una confrontación constante. En Quaderns de l’exili, Joan Sales hablaba de la servidumbre y la grandeza militar, al haber luchado en la guerra civil en defensa de Cataluña. Reflexionaba sobre los graves errores militares del bando republicano. En el deseo de reconstruir la ciudad perdida, creyó que el alimento espiritual tenían que ser la epopeya de Verdaguer y la poesía patriótica de Angel Guimerà, como energía pura de la Renaixença.
Tras la catástrofe de 1936, la carencia de espíritu militar de los catalanes inquietaba a Sales. No era lo mismo que las tentaciones paramilitares de Estat Català. Era la reivindicación del espíritu militar catalán frente al afrancesamiento de D’Ors. Como se ve en su novela Incerta gloria, Joan Sales añora la gesta militar.
En esta actitud le acompaña Raimon Galí, en cuyas memorias se expresa una concepción heroica de la existencia, del guerrero que busca la verdad antes y después del combate. Ciertamente, la lógica nacionalista de Galí tiene visos fundamentalistas. De nuevo Angel Guimerà, en las antípodas del Carner irónico. Sería la Catalunya integral como baluarte contra la tentación nihilista. En las memorias de Raimon Galí está muy presente la apología de un militarismo catalán. Algo así como unas órdenes de caballería.
Es difícil entender los fundamentos de Jordi Pujol si no se tiene en cuenta hasta qué punto le influyó Galí, sobre todo en los años cincuenta. Pujol ha elogiado la naturaleza del espíritu marcial. Como los Quaderns de l’exili, pensó que Catalunya aspira al héroe, porque necesita al héroe de forma biológica. Como Galí, al menos hasta ahora, habló de una vocación hispánica, pero a la vez de la indefensión de Catalunya. Más allá del pacto, seguía latente la recuperación de la ciudad perdida. La vocación hispánica fue posible hasta hace poco, sin que se sepa muy bien por qué ahora no. Pero con anterioridad Pujol puso en circulación dos conceptos políticos que en su formulación parecen de estirpe xarona, “fer la puta i la ramoneta”, y “peix al cove”. ¿Es eso una suerte de ciclo?
En toda esa secuencia de riesgos para el pluralismo crítico, este no es el mundo de Artur Mas, de orígenes tecnocráticos, bastante ajeno a la cultura del catalanismo histórico. Ni es el talante de sus socios de ERC, herederos de octubre de 1934. Además, el secesionismo actual se ha nutrido de elementos populistas que poco tienen que ver ni con el molde heroico de los “Quaderns de l’exili, ni con el noucentisme ni con la Catalunya épica.
Hace años, circuló la tesis de las dos Cataluñas: la de los juegos florales y la del xaronisme. El xaronisme es una variante etnológica de la chabacanería, cuyo icono es el caganer. Las revistas satíricas de los años treinta abundaron en la estilística xarona, como hoy ocurre con algunos programas de TV3, con el lenguaje casi hegemónico del jijijajá radiofónico y un buen número de subproductos editoriales. Incluso hemos visto un xaronisme postmoderno.
Entonces y ahora el dilema viene a ser el de Frederic Soler, Pitarra. Escribió sátiras teatrales de éxito y a la vez quiso ser autor dramático o melodramático. Convirtió la Campana de la Almudaina, un éxito de público en Madrid, del mallorquín Palou i Coll, en L’esquella de la Torratxa. Al final, triunfó la faceta chusca y vulgar de Pitarra. Dicho sea de paso, aunque al final buscase fama en los juegos florales, Pitarra era más bien anticatalanista.
De modo instintivo, el xaronisme reaparece de vez en cuando, como ahora. Servidumbre del sainetismo del todo opuesto a la grandeza patriótica catalana a la que aspiraba Joan Sales. Ahora tenemos el xaronisme como forma política. Es el eclipse de los vestigios del noucentisme civilista, del propósito de las cosas bien hechas y la voluntad culturalista. En todo caso, es poco inteligente justificar el xaronisme como respuesta al porompompero. Cada uno tiene sus responsabilidades y sus estilos.
No en vano Pitarra decía que, en cuestión de teatro, es preferible un fracaso propio a un éxito ajeno. Eso se corresponde con el lenguaje cada vez más xaró del independentismo friki, cuya presencia en Twitter mantiene una agresividad verbal mucho más pitarresca que noucentista. En fin, más agresiva que discursiva, más visceral que racional. Enjambres frikis van depositando sus imprecaciones y amenazas en la ciberesfera. En el menos grave de los casos, van a convertirlo todo en otra L’esquella de la Torratxa. Las imitaciones fáciles de Pitarra en las redes, propulsadas por algoritmos, representan otra contradicción de un secesionismo premoderno.
Valentí Puig es escritor.
(El País, Barcelona, 23 de març 2014)