Suso de Toro
Seguramente sea cierta todavía la reclamación que hace el PSOE de ser el partido que más se parece a la sociedad española. Desde luego, se le parece en su sentido sociológico, pues la mayor parte de sus dirigentes proceden mayormente de familias de la pequeña burguesía o trabajadores cualificados y de familias que no pertenecen al “barrio de Salamanca”, un perfil distinto de los cuadros del PP. Desde el punto de vista histórico, el PSOE parece representar una reclamación de poder por parte de sectores sociales en ascenso que se lo disputan a los sectores tradicionalmente dominantes, a los que representa el PP.
En el curso de estas décadas de política profesionalizada y de partidos que se transformaron en máquinas de poder, apareció un espécimen nuevo, el cuadro de partido que no conoce más profesión que la política. Ése es el perfil de quienes se van dibujando como posibles candidatos a dirigir ese partido; son el resultado de una etapa de la historia de España donde ha habido más oportunidades que nunca y que permitió que muchos hijos de familias trabajadoras ocupásemos un lugar inimaginable para nuestros abuelos. Con todo, aun siendo profesionales de la política, no dejan de verse como pertenecientes a los sectores sociales de los que proceden y a quienes representan.
Pero esa etapa se acabó, la crisis financiera y de nuestra economía, junto con la política de este Gobierno, que es antisocial porque es clasista de un modo consciente y calculado, supuso la crisis de muchas profesiones, empresas, trabajos, familias, personas, y el final para las nuevas generaciones de las expectativas de tener una vida viable, un futuro digno. En suma, en el próximo año terminará este proceso de destrozo social: la debacle económica y moral de los sectores sociales que auparon al PSOE y que todavía siguen expresando sus cuadros y dirigentes.
El estrambote lamentable de esa época es el espectáculo de la confusión entre el aparato del partido y la administración, nepotismo y corrupción, que duró años en Andalucía y que ahora aflora en los juzgados. Muchos ven ahí inquina contra ese partido y contra los sindicatos, y seguramente también la hay; pero cuando un “exsindicalista” sale de la cárcel pagando una fianza de 200.000 euros, es que ahí han ocurrido cosas tremendamente equivocadas.
El caso es que habiéndose diluido su base sociológica por la crisis, y fragmentándose la sociedad en sectores que buscan la supervivencia cada uno por su cuenta, no está claro que ese partido pueda renovar las mayorías sociales que necesita para gobernar. En sus cálculos estará el pactar con IU, como hizo en Andalucía; pero gobernar es mucho más que sumar los votos necesarios: se necesita un proyecto y un liderazgo.
La derecha tenía un proyecto que fabricó FAES y que está llevando a cabo Rajoy, por mucho que Aznar se enfade porque tiene celos, lo cierto es que aquel está llevando a término de modo implacable ese plan de reforma económica y social tan cruel que previamente Aznar y su equipo pergeñaron. Pero el PSOE, aunque su dirección se embriague con los focos de la actualidad de un fin de semana, tras su reciente Conferencia Política no ofrece un proyecto de país.
Da la impresión de que siguen superados por la realidad y que se refugian en encuestas que auguran que la vida sigue igual, que al final la gente, aunque esté enfadada o confundida, hará un cálculo frío y votará a lo más razonable, o sea, a lo menos malo. Late la confianza en el inmovilismo de la sociedad española y también la cultura de aparato, esto se nota en el recelo hacia las plataformas y organizaciones que nacieron y no paran de nacer para defenderse del desmantelamiento de la protección social del Estado y de los derechos adquiridos. Decir, como se dijo allí, que la gente está en esas plataformas porque el PSOE no hizo lo que debía refleja una percepción equivocada de la realidad y una prepotencia ridícula; el aparato de un partido no debe aspirar a sustituir a la ciudadanía.
Quizá las primarias consigan al fin mover esas estructuras internas, pero seguirá faltando una reflexión profunda sobre un ciclo histórico que está acabado; sin esa reflexión no puede haber un proyecto de país. Lo que han hecho ahora es limitarse a hacer un “programa sindical”: meras reivindicaciones parciales frente a quienes gobiernan ahora. Las alternativas a los recortes sociales y económicos son imprescindibles, las necesitamos; pero gobernar es, a mayores, dirigir a una sociedad en una determinada dirección. Y no hay dirección si no se abordan los grandes problemas del Estado.
La estructura política del Estado descansa en una Monarquía que está en una crisis total. Los principales partidos estatales, los poderes económicos y los medios de comunicación están conjurados en una defensa de la Monarquía, pero solo esconden la pérdida de autoridad moral del Rey y de la Casa Real. El Rey recibió su autoridad de Franco y consiguió revalidarla e investirla de autoridad moral ante la sociedad a raíz del 23F.
No entro aquí a analizar su verdadero papel en aquella hora. Aquella autoridad moral está irreparablemente perdida y la gente hoy, con fundamento o sin él, le perdió el miedo al Ejército; sólo queda la autoridad de su origen: aquella investidura por Franco. Y la idea de coronar sin más al Príncipe, que tienta a poderes y medios de comunicación madrileños, no parece nada razonable; ocuparía ese lugar sin autoridad alguna y cuestionado desde el comienzo. Sólo crearía inestabilidad en lugar de tranquilidad.
Algunos partidos van a plantear inevitablemente el debate Monarquía o República en las próximas elecciones; ese debate no podrá ser obviado, y quien quiera gobernar, que es dirigir, este Estado que ahora se llama Reino de España tendrá que ofrecer a la sociedad una reflexión seria sobre ese asunto y tendrá que ofrecerle la oportunidad de votarlo. La única monarquía futura posible nacerá de una decisión libre de la sociedad, de un referéndum.
Y el otro gran asunto que tampoco puede ser obviado, de eso se encargará la ciudadanía catalana, que no va a desaparecer mágicamente, es la demanda de votar la situación y relación de Catalunya con España. Igual que la democracia no habría nacido sin la impresionante movilización de la sociedad catalana –quien tenga memoria recuerde a la Asamblea Democrática de Catalunya en el año 1976–, tampoco habrá un futuro alguno para el Estado español que no nazca de un pacto con Catalunya.
Cualquier proyecto de país, que no se base en la violencia, tiene que integrar a esa realidad que es la ciudadanía catalana. El PSOE está encerrado en su propia ideología y en el marco nacionalista que construye la derecha y la práctica totalidad de los medios de comunicación –la llamada “unidad de España” es un látigo también para ellos–, pero no gobernará sin el apoyo de una parte de los catalanes y éstos quieren una cosa clara: un referéndum también.
Que si la Constitución es intocable, que si esto o que si lo otro… Cualquier proyecto de convivencia sólo nacerá de perder el miedo, enfrentar la realidad y afrontar los problemas con el diálogo.
(eldiario.es, 20 novembre 2013)