
MANUEL ALCARAZ
Me ha sorprendido vivamente la imputación de Montoro y de una tribu inmensa de hacendistas y asesores y empresarios –el partido más corrupto es el de los empresarios- de la época de los Gobiernos de Aznar y de Rajoy. Como ha pasado mucho tiempo aclararé que Aznar y Rajoy (M. Rajoy) fueron Presidentes de Gobierno del PP, que de ahí vienen muchos males: el PP hace mucho tiempo que no coloca a un Presidente, con su bonita estela de cargos, y por eso rugen, rabian. Aunque ahora también lo hacen por ver si tienen mejor vox que otrox, sobre todo si se trata de salvar a la patria y de machacar a los débiles. Y digo que me ha sorprendido porque se ve que he entendido mal a Feijoo y a Ayuso que reiteradamente afirman que es metafísicamente imposible que una persona de derechas sea corrupta, de igual manera que es metafísicamente imposible que no lo sea alguien de izquierdas. No es que yo sea un ferviente admirador de Feijoo y Ayuso pero, qué caray, lo expresan con tal aplomo, gracia y excelencia de argumentos que a uno le tiembla el alma y se dice: “Oh, no, este señor, esta señora y sus circunstancias, no saben mentir”.
El caso es que ya tenemos otra bien montada. He tratado de entender la trama pero soy demasiado mayor. Con lo que sé, y con permiso de la autoridad competente, judicial, por supuesto, doy en pensar que, desde algún punto de vista, lo de Montoro es uno de los casos más graves de corrupción pues montó una sastrería destinada a hacer trajes legislativos a medida, o sea, que incrustaba la corrupción en las entrañas mismas de la democracia, la hacía sistémica hasta la médula. Entre eso y la “policía patriótica”, ha habido gobiernos del PP que no hicieron ministro a Al Capone porque estaba muerto. Tontos no eran: para erigir una red tan sibilina hace falta mucho amor a España. Y estudios. Los emigrantes, en general, no podrían. Y si lo dice Feijoo yo le creo, porque Feijoo es un hombre honrado y, además, no se conoce caso de un gallego que tuviera que emigrar. Pero, en fin, eso no importa demasiado. Eso es lo malo de los ataques a la inmigración, que cada vez van importando menos. Esperaba ver a algún obispo rezando el rosario en las calles tristes de Torre Pacheco, como delante de clínicas abortistas, porque, si no estoy mal informado, eso es lo que predican, incluso los he visto en algún barrio turbio de la América de Trump. Aquí no. Que una cosa es el Vaticano o las suaves colinas de Castel Gandolfo, y ser proinmigración bajo palio, y otra mezclarse con golfos en Torre Pacheco.
El caso es que Montoro nos reconforta. Porque no hay derecho a que se nos quieran borrar de nuestra memoria colectiva hechos folklóricos, memorables hazañas de tantos que fueron arrasados por Perro Sánchez y sus dolidos amigos y adversarios internos, Sumar y aun otros insidiosos enemigos de la España que siempre debió ser: Dios y el césar. Y no es que la izquierda no haya proporcionado ejemplos de desaforados y desaprensivos –que ni presunción de inocencia merecían-, es que los de la derecha no hacen sino rememorar las glorias patrias, tradiciones inmarcesibles, hábitos amnistiados, presunciones y lealtades inquebrantables. Y ahora viene Montoro y su tuna compostelana y hacen vibrar el muy bien engrasado ingenio que debe llevarse palante a todo Dios, si se me permite la expresión técnica y democrática. Ay, que frufrú por los despachos. Ay, que temblor de togas. Ay, que tremolar de puñetas. Ay, que vibrar de tricornios. A poco más, Lorca nos hace una tragedia. Me dicen que no es posible: que lo fusilaron. No sé yo quién sería ni por qué. Ay, que tremendo estoy hoy. Pero es que uno también se cansa. Y ver a Montoro como protagonista de la canción del verano ya es demasiado. (Invito a imaginar, por un minuto, que Montoro fuera primo del sobrino del nieto de un compañero de colegio de Pedro Sánchez: ¿se imaginan el griterío de Feijoo y el papeleo de un tal Peinado, con rotunda acogida de las gentes de bien?)
Y hablando de ropavejeros, he aquí que renace Camps, con una corte de milagreros, milagrosos, prescritos y presuntos. Una partida de libres de pecado. Cargados cada uno con su correspondiente piedra. Y uno piensa: lo que le faltaba a Mazón. Conozco a mucho izquierdista entusiasmado. La verdad es que yo no estoy muy seguro de que esta pantomima –y pantomima será aunque gane Camps lo que tenga que ganar- sea un buen negocio. Para Vox sí, por supuesto. Porque todo seísmo sobreexcitado perjudica a la democracia, a la confianza ciudadana y, por lo tanto, beneficia a la ultraderecha: los buitres se alimentan de ovejas muertas. Pero, a la vez, me digo: ¿habré de ser yo y otros como yo quienes salgan a defender a Mazón ni aunque sea con la punta de un lápiz? ¡Anda ya!
Sucede que en estos tiempos de inapetencia de la inteligencia y de avance temible de lo emocional, de cruce de presunciones de inocencia con corrupciones al por mayor, muchos interesados por la cosa pública adquieran lo que me permitirán denominar el “síndrome de Hans Brinker”. Este muchacho, según una leyenda holandesa, advirtió que en uno de los diques que posibilitan la vida en su país, se había producido un pequeño agujero por el que penetraba agua oceánica, que iría siendo más grande cada vez, hasta arrasar todo. ¿Qué hacer? Ni corto ni perezoso, metió un dedo en la fisura, mientras su hermano acudía al pueblo a reclamar mayores ayudas. Y así se salvó la patria. Es tan bonito como increíble. Pues eso es lo que muchos deben aprender: antes que pasarse los días metiendo dedos en grietas, más valdría discernimiento, organización, alternativa. Y saber distinguir, por ejemplo, que lo de Montoro, lo de Camps, lo del Novio, lo de Ábalos, lo de Cerdán, etc., etc. nos viene igual de mal. Lo de Mazón peor, es verdad. Pero la manera de arreglar esto no es usar el dedito para animar a Camps por las redes, aunque tenga su gracia ver a tamaña compañía en formación veraniega, morenitos, con pantalones italianos y camisitas albas de lino. Más valdría mirar qué hay que hacer para que sea la izquierda la que plante cara a Mazón con visos de derrotarle. O eso, o, ya puestos, esperar a ver si vuelve Zaplana.
(Article publicat al diari Información d’Alacant)