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MANUEL ALCARAZ RAMOS
Profesor de Derecho Constitucional de la UA y Ex Conseller de la Generalitat Valenciana
El jueves acudí a les Corts Valencianes: regresaba Aitana Mas al escaño y quería –con otros amigos- estar allí: no sólo para verlo, sino para ser copartícipe de un hecho que, a la humana manera en que se tejen las cosas importantes, era histórico. Quería estar por amistad, desde luego. Por celebrar la sinceridad ferviente y humilde de Aitana. Pero, también, estaba seguro y no erré, para ser testigo, otra vez, de su enorme capacidad política, tan alejada del regate corto, de la improvisación. Intervino en el Pleno y fue como si expresara aquella sabiduría del “como decíamos ayer”. Y es que en estos duros, terribles meses, nunca se fue: hablábamos todas las semanas y puedo constatar su lucidez para ir analizando lo que ocurría. Y también de su relativa desesperación ante algunas ignominias de los adversarios y ante la incompetencia de parte de los propios. Ya veremos lo que tardan algunos de los que ayer aplaudían en temer su fuerza e inteligencia.
Pero frente a esa luz, reflexionaba, hacía unos cinco años que no pisaba esta sede del poder del pueblo –creo aún en eso-. Mucho ha cambiado. Los invitados son colocados en una planta muy alta y casi han de asomarse para contemplar parte de lo que sucede abajo. Como quien mira a un pozo. Pero, ya sabemos, el pozo puede atesorar aguas cristalinas, vivíficas, o aguas corrompidas, estancadas, venenosas. Y tuve la impresión de que allí abajo son éstas últimas las que imperan. Como en otros pozos, como en otros Parlamentos, como en los flujos internacionales golpeados por la voracidad de la sinrazón. Vi a una izquierda aturdida y, a la vez, curiosamente eufórica, empeñada en usar de atajos para castigar a la derecha. Digo bien: para castigar con golpes bullangueros, utilísimos para pantallazos y correveidiles digitales. Pero no destinados a construir un gobierno que cambie los colores y reconstruya la fe en la Comunidad, que es algo más que la suma de carreteras o calles. Para eso hace falta estrategia de años y voluntad generosa de unión, de apertura a los cercanos en lugar de perseverar en las batallas internas habituales.
Vi a un Vox crecido, absurdo como la cara de un payaso, pero que suple a un PP inapetente, resquebrajado como barro seco, áspero, ridículo a veces. Vi a una Presidencia de la Cámara enfangada en un contrasentido aberrante sobre unas votaciones que arruinaban toda seguridad jurídica pues cambiaban en su diseño cada pocos minutos y, en fin, provocaba una votación en la que faltaban votos. Un desastre. Gritos. No quiero dar ideas, pero de los asesores jurídicos de la oposición podría esperarse un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional contra actos de los órganos de gobierno de las Cámaras que podrían haber vulnerado el artículo 23 de la Constitución. Tres meses tienen; pero lo mismo no interesa: demasiado trabajo para quien vive en el corto plazo y ha aprendido a formatear pancartitas y estampas del demonio.
Vi a Diputados y Consellers enzarzados en absurdas, tontas peleas, con requerimientos del Presidente accidental que, mientras, destrozaba la lógica constitucional. Peleas, en fin, por asuntos que hace unos años se hubieran saldado con algo de cortesía parlamentaria y hasta de humor. Pero es que ahora nadie está dispuesto a apreciar la actividad representativa como una función de construcción de alternativas y hasta de consensos que puedan ser comprendidos por cualquier ciudadano que pasara por allí –eso es la transparencia-. ¿Qué pensaría el alumnado de un colegio que, a mi lado, trataba de seguir con atención lo que ocurría? Nadie que me conozca pensara que soy un ingenuo en asuntos políticos. Yo también me he enfadado allí abajo o en el Congreso de los Diputados. ¡Faltaría más! ¿Pero es tanto pedir a nuestros representantes que no lo sean si no pueden renunciar al grito y al insulto?
Ahora debo ir a Mazón. No voy a echarle toda la culpa de esta cascada de sinrazones. Porque cuando presidió la fatídica dana con sus memorables ausencias, la democracia parlamentaria ya estaba desgastada, sobre todo por los vituperios de PP y Vox. Pero ha conseguido llevar esa perversión a las más altas cimas de degradación, porque ha conseguido contaminar lo que toca, lo que ve, lo que dice. Las palabras de Mazón expresan una irrealidad tan profunda, tan salvajemente incapaz de comprender qué es la dignidad martirizada, esa dignidad que no se (a)paga con seguros. Es el agujero negro que sigue sin atender las demandas más primarias. Quien habla de estas cosas sin hacerse cargo del duelo y la angustia, que zanja el círculo de su mundo con palabras formularias de las que la tristeza que no sea la propia está ausentes.
Allí abajo está Mazón. Como un metal pesado, irreductible, levantando hasta la superficie una columna de negaciones de la evidencia que organiza todo ese griterío, toda la arrogancia de la ultraderecha, todo afán impotente en el PP por salir a dar una bocanada de aire. Allí él. Si acaso atado a un referéndum insólito, increíble, acerca de las lenguas, por ver si divide más, por ver si nos hace más daño en nombre de la libertad (¡¡¡¡). Allí, incapaz de entenderse ni con empresarios, ni con sindicatos, ni con universidades. Con nadie. ¿Quién habrá de creerle? Con la mentira fresca, con su catapulta de disparar ficciones. Ficciones sin gracia. Desgraciando a su país, a sus gentes.
Por la noche volví a escucharle en los Premios “Importantes” de Información. Casi 50 años llevo en esto de la política, en la oposición, en el gobierno, en organizaciones cívicas, escribiendo, leyendo. Pocas veces me he sentido más aturdido, desbordado, humillado que en el discurso de cierre del acto de la entrega de Premios. Su desparpajo fingido, su sobreactuación petulante. Cambió el nombre de uno de los premiados; y puede decirse: ¿también eso es criticable? No en circunstancias normales. Sí cuando, dadas las circunstancias, se empeña en impostar su campechanía y al referirse a cada premiado le tutea -¡qué buen Borbón sería este!- y parece tener a gala ser amigo de cada uno de ellos desde que usaba calza corta. Ni una palabra sobre los muertos, sobre familias destrozadas, sobre la destrucción íntima de cientos de historias de amor, de amistad, de necesidad. Nada de alusión al cambio climático o a la necesidad de restablecer el realismo con nuevos hilos entre la ciencia y la política -¡y mira que había científicos entre los premiados y los asistentes-. Nada que no sea cuantificable en términos económicos tiene sentido para él. Relean el discurso y díganme si miento. Como dijo alguien: ¡es la economía, estúpido! Sólo que ahora no es la economía.
Pero lo peor es que este hombre está dispuesto a romper la comunidad que debería presidir mientras él pueda aguantar colgando de los hierros retorcidos que queden. Es un hombre escondido tras una provincia. Se empeña en resucitar agravios que se han ido superando con muchos esfuerzos. Es de una cobardía esperpéntica. ¡Claro que mi provincia necesita muchas cosas! Cualquier cosa que se nos ocurra. Incluida la posibilidad de seguir siendo solidaria. Todo menos servir de parapeto para que el President se esconda de la miseria de su distancia, de sus silencios, de su ausencia absoluta de empatía. No: Alicante no se merece eso.
Y acabó riñendo a Información –y, se supone, al resto de medios de Prensa Ibérica- en lo que no sólo es una falta de cortesía alucinante –se ve que Información nunca ha defendido a la provincia de Alicante- sino una vuelta de tuerca, una mentira sobre las mentiras. Pes mire usted, yo, que no tengo precisamente fama de zalamero, y que en estas coas no me juego ni un euro ni un ápice de mi trayectoria, aprovecho el artículo, repito, para felicitar a la explosión de verdad que es Aitana. Pero acabo agradeciendo y felicitando a los periodistas y a las periodistas de Información, Levante y Mediterráneo por su rigor, por su esfuerzo, por todo lo que han aportado de conocimiento, rectitud y racionalidad a la Comunidad que ha sobrevivido a la dana y a Mazón.
(Publicat al diari Información d’Alacant)